domingo, 22 de noviembre de 2009

Texto narrativo: La venganza

Por Elisa López, Claudia Rivas y Stephanie Mora

Luego de apartar el cuchillo corvo y asegurarse de que estuviera limpio, Aurelio, caminó hacia el estante en donde guardaba aquella colección de cuchillos, miró el grande y delgado, lo tomó en sus brazos y finalmente se decidió a usar el de hoja ancha que estaba en la tercera gaveta.
Sintió una punzada fría que le bajaba por la espalda. Había llegado la hora, quitándose los guantes, acomodó por última vez todas sus herramientas. Todo estaba listo. Se miró en el espejo para luego salir por la puerta de atrás, tenía que llegar hasta la casa de ella.
La mujer se sentía verdaderamente agobiada. Sonó la puerta, y se levantó a abrirla. Un escalofrío intenso la atravesó cuando sonó el timbre. Se levantó para abrir la puerta, y se encontró de frente con Aurelio.
Mientras él entraba violentamente en la casa, la golpeó hasta quitarle la consciencia.
Abrió sus ojos sobresaltada, intentó gritar pero no pudo: estaba amordazada. Al intentar moverse se dio cuenta de que estaba atada de manos y pies a la cama.
Mientras intentaba sin éxito librarse de las ataduras, sintió cómo aquel hombre con una expresión de satisfacción quitaba lentamente su calzado; al quedar desnudos sus pies colocó una fría pinza en uno de sus dedos tirando de ella. La sangre empezó a fluir rápidamente de su dedo, mientras la uña que antes le perteneció caía al suelo y un terrible dolor la invadía.
Intentó gritar, pero ese grito se ahogó en su interior.
Y así pasaron los momentos más largos y dolorosos de la vida de esa mujer. Una a una el hombre removió todas sus uñas en pies y manos, mientras ella se retorcía de dolor y tragaba sus gritos.
Él tomó el cuchillo, y levantó un poco a la mujer, se acercó a su oído, y le susurró: “Lo sé, lo sé todo”. La cara de la joven se desfiguró llenándose de vergüenza y miedo: Aurelio sabía cuántas veces ella, con la misma sangre fría, había cometido atroces crímenes como el que ahora él cometía.
El corte fue mortal. La cara del hombre de los cuchillos estaba completamente cubierta de sangre. Volvío su cara manchada de oscuro rojo y observó que la luna estaba empezando a asomarse. Aquella fue una buena noche.

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