domingo, 22 de noviembre de 2009

Descripción de una casa: Mi regreso

Por Elisa López, Claudia Rivas y Stephanie Mora


Después de tan largo viaje, siempre se siente bien volver a casa. Atravesé a toda velocidad la pequeña plaza adoquinada del pueblo, caminé por las angostas calles repletas de vendedores ambulantes, y al fin llegué a la gran entrada de mi casa.
Había perdido mis llaves, pero eso no impidió mi entrada. El jardín estaba bastante descuidado, al parecer nadie más que yo se preocupaba por cuidar las plantas.
Al llegar a la gran puerta de madera, me detuve a pensar un momento: no traía regalos para mi esposa, venía con las manos completamente vacías. Ese pensamiento me detuvo por unos minutos, indeciso, en la puerta, pero al final mi ansiedad y mis ganas ver a mi esposa después de tanto tiempo me vencieron.
De nuevo, curiosamente, no tener las llaves no me impidió entrar a la casa. Y ya estaba ahí, la casa que antes conocí, no era la misma que tenía ante mis ojos.
Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, los jirones de lo que antes fueran cortinas colgaban sucios cubriendo parte de las aún más sucias ventanas.
Los muebles, carcomida su madera, estaban colocados uno sobre otro en un rincón del salón principal. Mi tumbona favorita, no estaba ya junta a la ventana que daba al jardín.
Empecé a recorrer, asombrado y sin entender la razón de tantos cambios, la casa. Pensaba que quizá mi mujer había emprendido una remodelación de la casa, para darme una sorpresa a mi regreso, pero quise darle yo la sorpresa adelantando mi llegada. Llegué a la biblioteca, y mis libros seguían ahí, estaban empolvados, sus páginas carcomidas, y era casi imposible distinguir los caracteres impresos en las amarillentas hojas. Mi buró, en el que tantas horas de lectura pasé, no era ya más que algunas piezas de madera unidas entre sí; nada más tocarlo y sus partes cayeron en el suelo destrozándose por completo. Me parecía increíble lo que unos pocos años habían hecho en mi casa.
Decidí acudir a la cámara principal, de seguro que mi mujer había aseado con esmero esa parte de la casa. La puerta estaba abierta. Este aposento estaba más limpio que el resto de la casa, pero seguía siendo un lugar sucio. Las cortinas estaban abiertas, permitiendo observar a través de la ventana la entrada a la casa. Nuestras pertenencias seguían ahí, cuidadosamente acomodadas en sus respectivos estantes. Me sorprendió que a pesar del orden imperante (claramente producto de mi mujer) la cama se encontraba desacomodada, es más, se podría pensar que alguien estaba acostado debajo de las viejas mantas.
La curiosidad me llevó a levantar aquellas mantas, debajo de las cuales, además de una cantidad abundante de polvo oscuro, encontré un vestido , bastante viejo y hecho jirones, de mi esposa; me extrañó ver lo descompuesto que estaba, si yo se lo había regalado poco antes de mi partida.
Me senté en la cama, observé. En la pared aún estaba colgado aquel retrato del día de nuestra boda. ¡Hace tanto tiempo de eso! Sentado en esa cama, decidí esperar, de seguro que mi esposa pronto regresaría, probablemente de la feria.

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